Necropop (una historia de imágenes violentas)

Corría 1990. Una valiente maestra de primaria llamada Gaby decidió hablarnos de la guerra entre Irán e Iraq y de la situación en el Golfo Pérsico, que escaló en ese año cuando Iraq invadió Kuwait. Yo tenía 10 años y, para sorpresa de mis familiares adultos, ya sabía quién era Saddam Hussein. Aún así, ese análisis geopolítico no me llegó a dar la dimensión absoluta, visual y vivencial de lo que es la guerra. Cuando la coalición encabezada por Estados Unidos invadió Iraq, las voces combinadas de Zabludovsky y una corresponsal de guerra de Televisa de apellido Alazraki eran lo más dramático del asunto. Pero esas lucecitas verdes que pasaban por la pantalla tenían un tono casi artístico. Una especie de pintura pop de la guerra, con un sombrío misterio detrás.

En la misma primaria poco tiempo después la maestra titular nos leyó fragmentos del libro “Sin Título” de Anna Vinocour, que es un relato de una sobreviviente judía del Holocausto Nazi. Acabé comprando el libro y leyéndolo en un par de sesiones. Las imágenes de la cotidianidad y su posterior degradación hacia la realidad del horror de los ghettos, los campos de concentración, la enfermedad, la tortura y la muerte, me ilustraban sobre una humanidad que no conocía cabalmente, pero intuía. Un maestro de teatro nos contó sobre la masacre de Tlatelolco y con gis nos dibujó un diagrama de la plaza de las tres culturas, tanquetas, y bolitas que representaban gente. Fue hasta 1994 —meses después de que mataran al Cardenal Juan Jesus Posadas Ocampo y el mismo año que mataron a Colosio y a José Francisco Ruíz Massieu— cuando leí el libro de Poniatowska sobre Tlatelolco que tuve una imagen más clara de lo que pasó.

Si nos va bien, los padres nos tratan de hacer felices y de generar en nosotros bonitos recuerdos. Pero siempre se cuelan relatos, fotos, noticias de las otras partes —las partes atroces y sangrientas— de la realidad. Mi padre tuvo otra idea. Me llevó a ver cine “C” desde muy chico y desarrollamos juntos un gusto especial por el cine de Oliver Stone. En 1995 vimos Asesinos Por Naturaleza (Natural Born Killers), uno de los análisis fílmicos más profundos sobre el amor a la violencia, el asesinato, el morbo, la sangre y su tratamiento mediático, dirigida por el gigante Oliver Stone, vigente aún hoy en día.

En ese mismo año,1995 apareció en Televisa el video de la matanza de Aguas Blancas —Guerrero, gobernado por Rubén Figueroa, quien fue sucedido por el hoy notorio Ángel Aguirre— Parecía increíble que se hubieran atrevido a sacar estas imágenes los mismos que no dijeron nada el 3 de Octubre de 1968. En retrospectiva parece un preámbulo, un movimiento cuidadoso de una Televisora que hoy detenta inmenso poder y controla cuidadosamente la información-propaganda que transmite.

Era 1999. Nos juntábamos en un cuartucho varios amigos y amigas —sociólogos, comunicólogos, politólogos en formación— Bebíamos cerveza y fumábamos alrededor de una televisión y una videocasetera sacadas de la casa de alguien y donadas a este microscópico cine club. Las imágenes en la tele eran de muertes violentas, ejecuciones, fusilamientos en medio oriente y hasta descuartizamientos de animales e imagenes de rastros y otras cosas. Todo era real. Había una escena que era particularmente impactante: un suicidio grabado en video precedido por un mensaje final y un sobre amarillo de donde salía la pistola; chorros de sangre escurriendo de la nariz del sujeto poco después. Rebobinamos una y otra vez. No existía youtube. No era tan facil encontrar imágenes de este tipo.

Nuestra curiosidad morbosa —o de ciencia social— nos empujaba a tratar de entender, de acercarnos y estar conscientes de que existía esta realidad. No teníamos por qué ocultarlo, pero eran sesiones casi clandestinas. Algunos compañeros y comañeras volteaban hacia otro lado o se iban cuando aparecían escenas de maltrato y muerte de animales; les eran insoportables, en contraste con aquellas donde las víctimas eran humanas. Hubo una interesante reacción cuando apareció al final de uno de los videos la escena del asesinato de Luis Donaldo Colosio. La sangre no era cosa nueva en 1994, ni en 1999, pero estas imágenes traían a flote todos los casos similares que conocíamos.

Durante la segunda mitad de los noventa pareció hacerse común en el cine popular la temática del Snuff con Tesis de Alejandro Amenábar (1996) y 8mm de Joel Shumacher (1999), estelarizada por Nicholas Cage. En 2001 ocurrió la matanza de Columbine en Estados Unidos, un caso real que hoy sería parte de la cotidianidad. En ese año en México, los hermanos Cerezo fueron detenidos, asociados por las autoridades y los medios con el EPR y encarcelados sin pruebas por 7 años.

Luego vino 2006. La batalla de Atenco. Los testimonios de las torturas y violaciones. Gente conocida que fue golpeada, y abusada sexualmente.

Hoy es 2014. Guerrero otra vez y todo apuntando a un siniestro ejemplo de terrorismo de estado. Una imagen que enfermó, indignó y sacó a las calles a miles de personas en todo el mundo como una avalancha.

Recuerdo las sesiones del necro-cineclub ¿Estábamos contribuyendo entonces a nuestra propia normalización de la violencia? ¿O estábamos ensayando, educando nuestras mentes para no volvernos locos de miedo o tristeza ante la realidad que sabíamos existía?

Guerrero vivió una verdadera guerra sucia en los setentas y ochentas—no como la “guerra sucia” mediática de la que López Obrador se quejó en 2006— Y hoy no hay mucha diferencia. Parece que es necesaria la imagen espeluznante de un joven al que le han arrancado la piel del rostro para despertarnos, aunque sea un poquito. Qué bien. Ya era tiempo.

Octubre, 2014.

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