La policía de los humanos.

Cuando tenía como ocho años se me ocurrió aventar huevos a la ventana del departamento de enfrente. Como cómplice, estaba conmigo César, el hijo de una mujer maravillosa que trabajaba haciendo limpieza y comida en mi casa, y cuidando a los niños de la familia.

Los vecinos nos vieron en pleno acto y fueron a hablar con mi madre, quien se enojó mucho. No sé si porque la vecina le dijo que lo haría —o por inspiración propia— pero, cuando habló conmigo, la amenaza de mi madre fue que llamaría a la policía. Eso me dio un pavor terrible y quedé asustado de la policía desde entonces.

En 2006, cuando por órdenes de arriba un grupo de agentes de la PFP abusó sexualmente de los detenidos en la batalla de Atenco —como se enseña en el Instituto del Hemisferio Occidental para controlar movimientos subversivos; miles de personas salimos a protestar. Valentina Palma, cineasta de origen chileno, fue expulsada del país por participar —en realidad, filmar la protesta—, y nadie fue a la cárcel ni respondió por ello. ¿Y por qué? Es normal bajo un estúpido precepto soberano, tratar como criminales a los inmigrantes que ejercen cualquier cosa parecida a un derecho político, así sea simplemente cargar una cámara mientras la policía de un gobierno abusa de los ciudadanos. Nada nuevo el ataque a periodistas, ni el abuso sexual como arma de guerra. Se viene haciendo en África, en medio oriente, en toda latinoamérica, desde hace años. La desestabilización es así. Un caos que hace preguntar, “¿de dónde viene?”

Bueno, pero en México las cosas no eran exactamente así hace 20 años, por ejemplo. Las técnicas de control de insurgencia eran un poco menos sofisticadas. Se torturaba y asesinaba en secreto. Ahora, con eficiente difusión entre la población se sabe y entre las víctimas se niega lo que pasa en realidad. Con el financiamiento y las alianzas descaradas entre gobiernos que dicen combatir el tráfico y consumo de drogas y los “criminales” que lo llevan a cabo queda perfectamente claro que el motor propulsor del horror en el que vivimos —ya sea que nos toque directamente, que lo leamos, escuchemos o veamos en video— es el dinero.

El dinero nos hace tomar trabajos indeseables, moralmente cuestionables, por sueldos ridículos. En esta lógica, todo se vale por la supervivencia o el bienestar personal. Están perfectamente contaminados los conceptos de sindicato, derecho laboral, comunismo, socialismo, seguro social, y solidaridad proletaria. Todo esto es “populismo” o anzuelo que los candidatos, hijos semi rebeldes del sistema, presentan frente a los crédulos y cansados trabajadores mexicanos.

La policía es humana. Son personas. Ponerlos en un plato distinto, deshumanizarlos y convertirlos en el enemigo, es una negación de los propios procesos, de la pobreza y la falta de oportunidad en la que nos tienen sumergidos los sistemas que nos rigen. Es muy normal en nuestro tiempo el erigirse como juez moral desde un púlpito autoindulgente. Hablar de “la gente” como si no fuésemos parte de este nefasto grupo. Posicionarnos como los buenos.

En la adolescencia conocí a un poeta callejero. No es que anduviera en la calle, pero así he decidido llamarlo, porque no mucha gente escribe y además recita su poesía en público.

Rodrigo Solís, como se llama, escribió esto en los noventa:

al final me marcho siempre

manchado de sangre y semen

nadie me detiene nunca,

corderos estúpidos que se asustan

y corren al fondo del corral

donde puedan seguir con sus pequeñas vidas

donde puedan seguir aferrados a la idea

de que la tragedia siempre es de otro

de que el huracán no los tocará

al final

me fumo un toke

me masturbo frente al espejo

¡si soy genial!

Policía Judicial.

Este texto humaniza, o por lo menos nos adentra en la posibilidad de estar en los zapatos de un policía sin riendas. Me recuerda mucho a la película brasileña “Cuatro días en septiembre,” donde un policía federal torturador, quién además es padre de familia, apenas tiene minúsculos trazos de culpa. Nos queda claro que solo está “haciendo su chamba.”

En aquellas protestas de 2006 en el centro de la ciudad de México, se desplegaron policías para proteger los típicos edificios que son blanco de ataques, pedradas y pintas, como son los bancos, dependencias de gobierno y las franquicias de cadenas estadunidenses. Los manifestantes mostraron su indignación gritándole a estos policías, que seguramente no tenían relación directa con Atenco, una serie de cosas, además de pintar con aerosol sus escudos y otras agresiones. El grito más impactante era el de “vio-la-dores, a-se-sinos” que los granaderos y policías auxiliares recibían con una sonrisa que era más de incredulidad que de cinismo.

Hoy, todo está peor, con el claro nuevo paradigma de endurecimiento de las “fuerzas del orden” —importado, como siempre, de E.U.A— en poco tiempo veremos también profundizar la militarización y flexibilidad para el uso de la fuerza letal. Hoy, con la gendarmería y la policía federal reclutando en las estaciones de metro, y las oportunidades cerrándose, los que ayer eran vagoneros, los que emigran a la ciudad desde pueblos empobrecidos y no pueden conseguir alguno de los pocos y mal pagados trabajos que hay, quizás ahora sean policías y soldados, y tal vez mañana, ya entrenados, decidan emprender en otros negocios. A fin de cuentas, eso es el narcotráfico, un negocio generador de dinero, el cuál es nuestro dios en esta patética realidad que no nos atrevemos a cambiar.

Agosto, 2014

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